«El Patriarcado se impuso como modelo único socio-económico, las mujeres perdieron su libertad, su poder económico, su papel político y cultural y toda la relevancia que habían tenido durante milenios».
¿Cómo podía justificarse socialmente la reclusión de las mujeres, antaño poseedoras de poder económico, político, social y religioso? Como hemos visto, a través de la cultura, de los usos, de los ritos, de la violencia, de las costumbres y de los mitos que pasaron a mostrar a las diosas (símbolo de las mujeres) como orgullosas, competitivas, celosas, apasionadas, inconscientes, peligrosas… En resumen, como mujeres y madres poco fiables que tenían, para no dañarse a ellas mismas o entre ellas, que ser dirigidas, controladas y transformadas por un poder superior, el masculino. Un poder que incluso, al igual que las diosas, podía parir (recordemos que Zeus “parió” a la diosa virgen, a Palas Atenea).
A lo largo de la historia, desde la Antigua Grecia hasta nuestros días, esta guerra impuesta entre la mujer/madre “buena” (la estable, dócil, sumisa, que sigue las normas) y la mujer/madre “mala” (rebelde, insumisa, desafiante) ha seguido siendo difundida por la cultura patriarcal a través de la mayoría de sus escritores, maestros, científicos, teólogos, filósofos, artistas… más relevantes. Incluso hoy en día, siguen siendo divulgados constantemente estos falsos mitos. Tan sólo tenemos que echar un vistazo a toda la información que nos rodea para ver cómo los enfrentamientos entre madre/mujeres siguen siendo alentados y jaleados desde los medios: teta/biberón, parto en hospital/casa, crianza de un tipo u otro, trabajadora fuera o en el hogar, joven/mayor, lista/guapa, autosuficiente/mantenida y un largo etcétera de “peleas” que a diario podemos ver o leer por todas partes.
Ha llegado la hora de superar estos falsos y dañinos mitos impuestos por una cultura reduccionista que nos debilita manipulándonos y enfrentándonos entre nosotras. Ha llegado la hora de cambiar guerra por cooperación, crítica por comprensión, juicio por respeto. Ni las mujeres somos buenas o malas, ni somos todas iguales, ni tenemos que vivir o criar a nuestros hijos de la misma forma.
La maternidad no es una sola, cada madre desarrolla la suya propia y todas son respetables ¿quienes somos nosotras para juzgar a las demás? No somos diosas griegas, sino mujeres reales, madres, cuyo principal objetivo es la búsqueda del bienestar de nuestros hijos, de nuestra familia y por supuesto, de nosotras mismas. Cada una de nosotras, buscará ese bienestar en base a nuestras ideas, nuestros conocimientos y nuestras propias experiencias ¿por qué han de ser mejores o peores unas u otras? Simplemente, serán diferentes, ni buenas, ni malas.