TEXTO
ALBA LUCÍA DÍAZ
FOTOGRAFÍA
MARIU TRUJILLO
El nombre es la designación o denominación verbal que se le da a una persona, animal, cosa, situación o concepto, para distinguirlo de otros. Es además muy importante ya que es lo que hace a algo ser distinto a todo lo demás. A partir de ello nos hacemos una opinión o idea de lo nombrado.
Ampliando un poco esta idea, cuando escuchamos una palabra, nos dirige a lo que conocemos de ella. Por ejemplo, la palabra silla dirige nuestra mente a un elemento concreto, con unas características específicas, quizás una historia o las experiencias que tengamos de ella. Todo esto nos hace conscientes de su utilidad. Estamos de acuerdo en que hay sillas con características muy variadas, así que al escuchar esta palabra, nos llevará a pensar en todas las sutilezas y estilos de la misma, ampliando en nuestro imaginario el recuerdo individual del concepto silla.
¿Qué ocurriría si a las mesas se les llamara también silla? En este caso dentro de una conversación normal, al mencionar uno de estos elementos necesitaríamos una explicación extra para saber de cuál de los dos elementos se está hablando.
En el caso de los nombres propios en personas ocurre lo mismo, sobre todo en las familias. Para comprender un poco mejor este concepto, hemos de decir que el inconsciente es un enorme lugar con mucha capacidad de memoria, donde no existe ni tiempo ni espacio, así como tampoco diferencia entre distintos personajes con similares códigos o características. Hay una definición que un día escuché y me encanta:
«El inconsciente es todo eso que sabemos, pero que no sabemos que sabemos».
A nivel sistémico familiar, los nombres son un fuerte referente de historia. Cada nombre tiene una energía, una fuerza y unas connotaciones y características emocionales, que se pueden ir manifestando a través de las distintas generaciones.
Tres Guillermos. Abuelo, nieto y bisnieto.
En muchos países, es parte de la tradición familiar el nombrar al recién nacido con el nombre de un familiar, mayoritariamente del padre o abuelo, siendo un honor, tanto para el recién nacido, como para el ancestro que es reconocido con esta prolongación de sí mismo en el nuevo ser. Inconscientemente habla de la necesidad de autopertenencia al clan familiar en el caso del padre, proyectada en la necesidad inconsciente de integrar al nuevo miembro a través de este acto.
Alejandro Jodorowsky habla del narcisismo del padre cuando le pone su nombre al hijo recién nacido. En estos casos ocurre un fenómeno muy peculiar, si mi padre se llama Luis y yo me llamo Luis y los dos tenemos el mismo apellido, pueden ocurrir varias cosas: yo puedo sentir que no tengo mi propia identidad, que no sé muy bien quién soy; o puedo competir con mi padre por el amor de mi madre. Simplemente puede que tenga la necesidad de realizar todo lo que mi padre no pudo. Esto sería muy resumido y como explicación básica, aunque podría haber muchos más datos a lo largo de nuestras vidas.
En biodescodificación o psicosomática clínica, vemos frecuentemente como motivo de consulta muchos tipos de conflictos internos que están originados en este tipo de confusión de identidad.
El segundo Luis puede que sienta que está viviendo una vida que no es la suya. No es siempre así, también ocurre que personas se encuentra muy a gusto con su vida, llevando el mismo nombre de su padre o abuelo, aunque por regla general, estas personas no van a consulta.
Cuando nombramos al abuelo Luis, para el inconsciente familiar tiene toda una serie de información a nivel de recuerdos conscientes e inconscientes. Recordemos que del abuelo recibo también su genética. Lo que quiero decir es que para el inconsciente la información está siempre latente, además es unidireccional. Entonces mientras mi tía está hablando conmigo que me llamo Luis, el inconsciente de ella está gestionando su emoción desde la información que tiene de su padre Luis, y toda esta carga emocional me la dirige a mí, que soy el portador de los códigos del abuelo y heredero de su nombre. Mi nombre no es sólo mío: es el nombre del abuelo.
Supongo que en algún momento nos hemos preguntado, ¿por qué esa persona de la familia me quiere tanto o no me quiere nada; o incluso parece que me tiene algo de manía? Es porque al fin y al cabo, para su inconsciente yo le represento a alguien más.
También sabemos de familias con varios hijos donde el padre le pone su mismo nombre a uno de ellos, “Antonio” por ejemplo. En este caso, según sea la relación del padre consigo mismo, puede sentir el mismo rechazo hacia su hijo que el que siente hacia sí mismo. O quizás una inclinación afectiva más prominente al hijo que se llama como él. Probablemente sea algo recíproco, puesto que el segundo Antonio sentirá una identificación muy fuerte con su padre. Es importante saber que esto ocurre siempre de modo inconsciente. También el hijo “Antonio” podrá estar destinado a realizar los sueños frustrados de su padre, viviendo con mayor o menor intensidad esta necesidad.
En algunas culturas africanas, una vez que el bebé ha nacido y mostrado su rostro al mundo, el padre tiene una semana para ir a la naturaleza en busca del nombre de su hijo. El séptimo día, tras mucho silencio y meditación, reúne a la comunidad, y con el niño en brazos, susurra a su hijo la palabra que él ha escogido para nombrarle, siendo el bebé el primero en saber cómo se llama. Así le presenta formalmente a la comunidad, festejando su llegada al mundo.
Es posible que se plantee como una tarea complicada el nombrar a un hijo, pues implica inscribir en el nuevo ser una posible identidad, una energía que propone cierto temperamento y con ello le brinda una referencia para relacionarse consigo mismo y con el resto del mundo.
Si estás pensando en tener un hijo, yo te recomiendo tomarte un momento con tu pareja para reflexionar en relación al nombre de vuestro futuro hijo. Un momento de meditación profundo en donde podrás descubrir a través del sentir la energía primigenia del futuro bebé, permitiéndote así recibir el nombre con el que éste desea ser nombrado. Esto se sabe a través de una sensación interna de certeza. Es como un profundo sentimiento y sensación física de corrección, en donde generalmente te dices internamente, “sí, éste es su nombre”.
Alrededor del nombre hay mucho que aprender, descubrir y preguntar. No es lo mismo que te haya dado el nombre tu padre, abuelo, padrino, o incluso tu hermana, puesto que el que otorga el nombre, toma poder sobre lo nombrado de forma inconsciente. Si tu hermana te ha puesto el nombre de su muñeco favorito, puede que tú sientas que la gente, y sobretodo tu hermana, juegan contigo. Si tu nombre lo escogió tu abuela poniéndote el nombre de su hermano muerto en la guerra, puede que sientas que la vida no tiene sentido y seas una persona triste, callada y sin deseo de vida. Si tu nombre te lo puso tu padre y es el nombre de su primera novia, puede que te sientas ligada a tu padre y no puedas encontrar pareja, ya que inconscientemente no le puedes dejar otra vez. Si tu nombre te lo puso tu madre y es el nombre del galán de la teleserie que es muy guapo y muy “bueno”, puede que tú te comportes así y no puedas evitarlo, sintiendo como si fuera una fuerza interna la que te doblega a acceder a esta actitud y forma de comportamiento.
Los mensajes internos que van impresos en nuestros nombres pueden ser muy poderosos y es por ello que algunas personas deciden cambiar su nombre. Cuando lo cambian, experimentan grandes cambios psíquicos. Esto cambios provocan así mismo una desidentificación con el nombre usado hasta ese día, dándose a sí mismo una nueva identidad y por tanto una nueva energía y fuerza. Es por ello muy interesante investigar en la historia de nuestro nombre y conciliarnos con él, con nuestra identidad, con nuestra diferencia y con nosotros mismos.
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Psicosomática Clínica y Humanista
Master en PNL e Hipnosis Ericksoniana