Actualmente, ver una luciérnaga en nuestros pueblos, fincas o huertas es un hecho más bien extraño. Parte de la culpa de que esto sea así la tiene la contaminación del campo. Por eso se dice que las luciérnagas son indicadores naturales de la salud de la tierra.
La noche en que nació su primera hija, él vio una luciérnaga en su viña. Le pareció una buena señal; llevaba muchos años sin ver una y a menudo recordaba la ilusión que de niño le hacía el encontrarse con una de ellas en las cortas noches de verano. Y ahora, en ese día tan especial para él, después de tantos años comprometido con la agricultura ecológica, empeñado en hacer de aquella tierra un lugar para vivir y del que vivir, aparecía aquella luciérnaga que con su luz parecía querer decirle que lo estaba logrando.
Hasta llegar a esa noche, antes había habido muchas otras en las que Martín trabajó para cumplir su sueño: vendiendo palomitas, sombreros o castañas en distintas fiestas o ferias de pueblo. Durante esos años, el dinero no lo contaba en pesetas o euros; lo hacía en fanegas. —Ya tengo para otro trocito de tierra—, se decía. Cada vez se acercaba más adonde quería estar.
Vino eco
Martin y Gloria no sólo han dado a luz a sus dos hijos: Marta y Manuel, sino que también son padres de Viña Ilusión y Prana, dos estupendos vinos ecológicos que allá por donde van ponen armonía, buen hacer y alegría sobre la mesa.
Finalmente, en el año 92 pudo comprar su finca. Allí construyó la primera casa bioclimática de La Rioja, e hizo de ese lugar un auténtico vergel plantando cerezos, manzanos, albérchigos, ciruelos, olivos, nogales… Plantó viña, siendo ésta su actividad principal; pero lo que siempre tuvo claro es que hiciera lo que hiciese sería hecho desde el respeto a la tierra y a sus seres. Eso que ahora se llama agricultura ecológica pero que cuando él comenzó parecía cosa de hippies. Con el tiempo, sus sueños dieron lugar a “Viña Ilusión” y “Prana”, dos vinos jóvenes ecológicos que hoy recorren mundo como un mensaje dentro de una botella que se lanza al mar.
Parece que lo logró. Quería una tierra sana, unos frutos saludables. Quería que un día sus hijos pudieran comer directamente de la cepa o del árbol sin miedo a nada. Quería darles lo que él tuvo en su infancia: una luciérnaga en las noches de verano. Una luz en el camino. Un sueño alumbrando el campo.
Gloria Plaza Medina, la otra mitad de Viña Ilusión
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